About Anna

Este proyecto nació en una isla. En una cabaña frente al mar, un lugar precioso y humilde donde entendí qué significa tomarse un respiro. Desde entonces, comparto mis aprendizajes en esta comunidad de coaching emocional, meditación y autoconocimiento que surge de la necesidad de entender y compartir.

Bienvenido/a a Breath with Anna, un espacio de libertad donde te invito a conectar con tu interior y observar tus emociones. ¿Alguna vez te has preguntado qué le sucede a la mente cuando dejamos de darle instrucciones? Esta curiosidad me llevó a experimentar con la meditación y el autoconocimiento, a formarme constantemente y a practicar hasta crear un hábito que, a día de hoy, me ha cambiado la vida. Si tienes un ratito, te cuento mi experiencia.

Vivir despacio es una forma de recordar las cosas importantes

Llegué a la meditación a través del yoga. Hacía poco que me había mudado a Barcelona a estudiar trabajo social y empecé a frecuentar un centro de yoga para desconectar del bullicio de la ciudad. La meditación era, sin duda, mi parte favorita de la práctica. El momento de cerrar los ojos, respirar y dejar de pensar en planes de futuro, aunque solo fuera durante unos minutos, me renovaba por dentro.

Siempre he pensado que la vida va demasiado rápido, cuando en realidad, vivir despacio es una forma de recordar las cosas importantes. Y no sólo esto, buscar espacios de pausa es una forma de autocuidado.

Aprendí esta lección haciendo prácticas en el centro penitenciario de mujeres Wad-ras (Barcelona). Durante aquella etapa, la meditación surgió como una necesidad de aliviar la tensión emocional de mi día a día. Y así, gracias a videos de internet y a libros de meditación budista, fui creando un hábito. Durante esta etapa, también empecé a preguntarme si las culturas que meditan tienen una mejor gestión emocional. Y cuántas más vueltas le daba, más ganas me entraban de viajar a la India y comprobarlo por mí misma.

“Si lloras, lloras. Si ríes, ríes. Si bailas, bailas.”

De Barcelona me mudé a Madrid a estudiar un máster. Quería especializarme en la rama jurídica del trabajo social y conseguí unas prácticas en la Fiscalía de Menores. Además, me encantó la energía de la ciudad, su vitalidad, sus contrastes, aquel centro de meditación en Lavapiés... Una vez más, esta práctica me ayudó a estar más tranquila, a entender mi cuerpo y a gestionar mejor las emociones. Siempre he vivido mi trabajo con mucha pasión, siendo muy consciente de todo lo que me ocurre.

Si lloras, lloras. Si ríes, ríes. Si bailas, bailas. Esta es mi filosofía de vida.

En este estado de apertura, salió la oportunidad de trabajar en la Fundació Mercè Fontanilles (Barcelona), uno de los lugares donde más he aprendido, tanto de mis compañeros, como de las personas que se cruzaron en mi camino. Fue una etapa en la que estuve inmersa en diferentes proyectos de inserción laboral, trabajando con personas con procesos migratorios complicados, casos de exclusión social, trastornos de salud mental y otras problemáticas sociales que, inevitablemente, conllevan un desgaste emocional. Por aquel entonces, meditar ya era un hábito, una herramienta clave para mantener una buena salud mental y hacer mejor mi trabajo. Aunque si en aquel momento me hubieran dicho que se convertiría en mi actividad principal, no me lo hubiera creído.

Entiendes lo que lees cuando practicas

A medida que experimentaba los beneficios de la meditación, crecían mis ganas de formarme y saciar mi curiosidad. Leí mucho sobre mindfulness, hice un curso sobre meditación budista y empecé a estudiar coaching. En esta etapa de aprendizaje y formación constante, tuve una lesión en la pierna y cogí la baja. Durante este paréntesis, sentí la necesidad de romper con todo: dejé mi relación sentimental, mi apartamento y mi trabajo en Barcelona y decidí que, tan pronto como me recuperara, me iría de viaje.

 

“El paraíso no es un sitio, es una sensación en cualquier lugar.”

Un viaje, una pandemia y un propósito

La aventura empezó en primavera de 2019. Después de años al lado de personas con realidades muy cercanas y a la vez tan distintas, sentí que era el momento de coger la mochila. Portugal me acogió con los brazos abiertos y luego seguí hacia Marrakesh y el norte de España hasta que acabó el verano. Entonces tenía clarísimo que la siguiente parada sería Asia.

No sería mi primera aventura en el continente asiático. Contaba con la experiencia maravillosa de un voluntariado que hice años atrás en dos orfanatos de Nepal. Sin embargo, esta vez estaba dispuesta a viajar sin billete de vuelta. Tenía en mente la India, pero empecé por Sri Lanka y me quedé tres meses practicando yoga y meditación a diario. Allí me di cuenta de que la práctica del sudeste asiático no tenía nada que ver con la de occidente y me enganché todavía más. De Sri Lanka me fui a Maldivas, Vietnam y luego a Tailandia, donde tenía previsto estar diez días antes de establecerme en Indonesia. Pero, en medio de mis planes, el mundo se detuvo.

De un día para otro llegó la pandemia y la isla se quedó vacía. Pensé en volver, dudé, sentí la incertidumbre y al final decidí seguir mi instinto, esa voz interior que me decía que me quedara en Koh Tao (Tailandia). Que al lado de las personas increíbles que había conocido allí, todo iría bien.

Tuve mucha suerte.

En Koh Tao practiqué yoga y meditación de forma estricta y no dejé de formarme en temas de inteligencia emocional. De allí me fui a Koh Phangan, donde hice la formación de Hatha yoga (200h) en un healing center gestionado por un grupo de familias que vivían en comunidad. Me sentí como en casa gracias a personas como Aly, una mujer que me aportó mucha luz y fue un gran apoyo en los momentos más duros. Cuando todo iba viento en popa, tuve una fuerte infección de riñón y estuve ingresada en plena pandemia. Fue una experiencia muy traumática porque estaba lejos de casa y me encontraba fatal, pero de no haber sido por este contratiempo y por el apoyo y la confianza de mi entorno (Aly, Tim, Hadja, Nina, Neus, Carla 🙏), nunca hubiera hecho realidad este proyecto.

Empezar desde cero

Tailandia era sinónimo de vivir el presente. Allí el tiempo transcurría de forma muy distinta, la vida era más simple: la meditación formaba parte de nuestro día a día, quedábamos para ver la puesta de sol… Este estilo de vida me inspiró muchísimo y empecé a pensar qué podía aportar al mundo, cómo podía aprovechar mi experiencia para ayudar a los demás. Al darme cuenta de lo duro que es estar tantos días hospitalizada, pensé en volver a casa y ofrecer meditaciones en hospitales para personas con cáncer. Sin embargo, Europa estaba confinada y una amiga me convenció de que en Tailandia tendría más libertad.

En una cabaña frente al mar y recién salida del hospital, entendí que no necesitaba estar físicamente presente para compartir meditaciones, que podía abrir el proyecto y vivir una vida más simple y pausada. En aquel precioso lugar, con los pies en la arena y el corazón abierto, planté la semilla de Breath with Anna.

Actualmente vivo en Madrid, donde ofrezco sesiones, cursos y talleres de coaching emocional y meditación. Y aunque no haya playas de postal, estoy en el paraíso. Para mí, éste no es un lugar, sino una sensación que se cultiva y se lleva dentro. Una sensación que me permite ser nómada, nutrirme de no permanecer siempre en el mismo sitio y acompañar a otras personas desde la empatía y la tolerancia.

Allí donde estés ahora mismo, deseo que tú también encuentres tu paraíso.